Las lámparas de lava son uno de los elementos decorativos más mágicos que te puedes encontrar en una habitación, pero aquí te vamos a enseñar que de mágico no tienen nada.
Si tiramos aceite en un recipiente con agua vemos como este no se disuelve con el agua, sino que flota sobre ella, debido a que la densidad del aceite es menor que la del agua. Este mismo principio es en el que se basan nuestras queridas lámparas.
Una lámpara de lava consiste en dos líquidos insolubles de densidades muy parecidas encerradas en un cono en cuya base se halla una resistencia eléctrica que administra calor.
Con la lámpara fría la densidad del líquido de color es mayor que la del líquido transparente (un alcohol con un poco de agua), pero en cuanto sube la temperatura, se forman las esferas del líquido de color haciendo que su densidad sea menor que la del alcohol, por lo que comienzan a ascender.
A medida que asciende por el cono, y dado que el foco de calor está solo en la base de este, la bola va perdiendo temperatura, disminuyendo su radio, y con ello, aumenta su densidad, haciendo en ese momento que la bola comience a bajar, volviendo a aumentar su volumen.
Debido a las leyes de la inercia, la bola sube hasta arriba y baja hasta abajo del todo, pero si hicieramos una construcción en la cual pudieramos poner el foco caliente a una distancia considerable respecto de la base, obtendríamos una lámpara de lava en la cual veríamos bolas de cera aumentando y disminuyendo su tamaño mientras suben y bajan, sin llegar a romperse nunca.
Nota: Que la cera sea de color provoca que esta absorba mejor las radiaciones de la luz emitida por la bombilla.